viernes, 12 de diciembre de 2008

Muerte de un viajante*

(*) Advertencia: Este no es un post de los de siempre. Es un cuento corto y el único humor que contiene es negro. Y sí, le robé el título a Arthur Miller.

Esta mañana maté al chofer de la combi.
No lo premedité. No estaba en mis planes hacer esa escala antes de llegar a mi trabajo. Pero estuve en el momento y el lugar justos. Y lo maté.
Lo cierto es que estábamos solos en una camioneta Renault Transit acondicionada como minibus. Él, al volante. Yo, justo detrás suyo. En la primer fila de asientos dobles.
Nos habíamos saludado afablemente cuando subí a su combi -buenos días señor de la combi-, sonriendo. Sonaba una FM en castellano, tolerable. Me senté en el primer asiendo, como es mi costumbre. Y cerré los ojos -yo siempre duermo camino a Lanús-.
Comenzaba a disfrutar del runrun embriagador de la autopista cuando algo quebró mi frágil ensoñación. Un sonido. No, un ruido. Un ruido ensordecedor y monótono.
Traté de concentrarme en lo que soñaba, pero el volumen del ruido crecía. Era música.
Una música demoníaca, centroamericana. Gemidos e ininteligibles palabras se mezclaban con repique de tambores y acordes electrónicos. El chofer tarareaba al compás.
Respiré. Conté hasta diez y volví a cerrar los ojos. No hubo caso. El volúmen de la monótona melodía era insoportable -Baila morena, baila morena, perreo pa los nenes, perreo pa las nenas - retumbaba en mi cabeza.

No lo pensé, metí la mano en la cartera y saqué la trincheta que uso para sacar punta a mi lápiz negro. Y se la hundí en el cuello al chofer con fuerza. Tuve buen tino, pues estábamos con en el semáforo en rojo. Él intento defenderse de un manotazo, pero el apoya cabezas amortiguó el golpe, que apenas sentí. En cuestión de segundos dejó de moverse.
La sangre empezó abrirse paso entre la trincheta y la carne. Gotita a gota.
No me impresionó.
La arteria se hinchaba, tenía que eliminar la presión así que saqué el arma del cuello. Ahora la sangre salía a borbotones.
El semáforo se puso en verde. Volví a sentarme y limpié la trincheta con un Kleenex que después tiré al piso de la combi. Cerré los ojos y me dormí.

Me despertó un bocinazo no se cuantos minutos más tarde. Me paré, tomé mi cartera y pateé un Kleenex que había en el piso abajo del asiento -Me bajo en Castro Barros- le dije al chofer.
Abrí la puerta y bajé mirando hacia atrás -me asustan las motos en la Avenida-. Cuando cerré la puerta sonaba "Baila Morena" en el interior de la combi.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

se te salto la chaveta anette

Anónimo dijo...

gran cuento... ganas siempre sobran para hacer realidad este tipo de ficciones.
Beso

Chuni

Anónimo dijo...

me encanto lo del abuelo...un poco lo tomo como mio...y ni que decir de la Margarita!!!Fue escrito para mi..
un beso!
SIL