jueves, 19 de marzo de 2009

Migajita

Migajita es la pesadilla de todo grupo de amigas.
Plagada de defectos, migajita tiene un don, un solo don, y es el de ser especialista en dar lástima.
No importa cual sea el tema de conversación, o el motivo de la reunión, ella siempre se las ingeniará para darle al momento el toque dramático que no puede faltar si fue invitada.
Incapaz de hacer algo útil con su vida, migajita nunca terminó una carrera, se anotó en mil cursos que luego abandonó, y dejó terapia quince veces.
Llegó a la adultez gracias a la caridad de su madre, la benevolencia de algún que otro novio, y la apostólica paciencia de sus amigas.
Siempre le faltan cinco para el mango. Nunca pega una. Siempre le dan el puesto a otra más inteligente. Los tipos la dejan por otra más linda. El cajero del banco sale a almorzar justo cuando le toca a ella, y si se corta la luz, seguro es en su barrio.
Migajita sufre por todo eso, y más. Plenamente conciente de que el universo ha conspirado para su infelicidad, ella no resiste a los avatares de su suerte y se deja llevar por ellos.
Por eso, nuestra amiga siempre está mal.
¿Que la pone mal? Lo que sea. Que un novio la deje. Que su mejor amiga haya llamado primero a otra para preguntarle qué se usar en una cita. Que la vecina de arriba se haya comprado un plasma mientras ella no tiene cable... todo la pone mal.
Al principio todas nos compadecemos de migajita.
Nos apena verla con esa cara de pollo mojado contarnos cuán terrible fue cuando aquel morocho norteño que conoció en las vacaciones le dijo que seguía enamorado de su ex novia ecologista, justo el día que ella estrenaba una campera de cuero para verlo.
Nos sentimos culpables si nos dan un aumento, bajamos un kilo o nos proponen matrimonio, porque sabemos que cuando migajita se entere, automáticamente se sentirá infeliz de no haber sido ella la afortunda.
De a poco, dejamos de contarle nuestros logros para evitarle un disgusto, una tristeza.
Pero ella se las ingenia. Siempre hay algo que le pasa a otro que pone de manifiesto su patética existencia, provocándole terribles crisis de llanto y depresión, que solo se curan con eternas sesiones de charlas nocturnas, atracones de dulces y alcohol, y litros de moco humedeciendo Carilina que ni se preocupa en levantar del piso hasta que algunas de nosotras (sus pobres amigas), aparecemos por su departamento para sacarla un rato.
Aunque es inútil. Al minuto de abandonar su hueco de lágrimas, y cuando pareciera que comienza a sentirse un poquitín bien, aparece una pareja de viejitos, un bebé que se ríe, un auto color rojo... y zas! ... Otra vez la perorata. Otra vez la romería de tragedias pasadas, fracasos presentes e inevitables depresiones futuras.
Otra vez la interminable letanía de corazones rotos, trabajos fallidos, exámenes desaprovados y dietas infalibles no tan infalibles. Otra vez hablar en código para que no se ofenda, no recuerde sus miserias, no sienta lástima de si misma.
Así poco a poco las reuniones son menos frecuentes. Las charlas telefónicas menos largas, y los temas de conversación más banales.
Día tras día, semana tras semana nos vamos alejando de migajita, la vamos segregando. Lentamente la abandonamos a su suerte de pastillas para dormir y películas románticas berretas. Le vamos dando más espacio para que sufra, para que se humille y se compadezca de su humanidad a medias.
Y ahí, en el momento en el que realmente debería sentirse completa y totalmente miserable, es donde ella, lejos de cualquier predicción en contrario, se fortalece.
Sale de compras, se corta el pelo y busca trabajo. Acepta llamados de un ex novio y se anota en un curso de inglés. Cambia de psicólogo, lee libros de Osho y supera la pérdida de sus queridas amigas.
Y empieza otra vez.
Una nueva vida, en un lugar nuevo, y con gente nueva.
Gente nueva que no conoce su triste historia. Que no imagina siquiera el mounstruo que se esconde detrás de esas mejillas rosadas, de esos ojitos hinchados por una noche de llanto...
Cuidado lectores. Migajita podría ser la chica nueva que vieron esta mañana al llegar a la oficina.