domingo, 28 de marzo de 2010

La vieja cachivache (Las boludas y yo Vol.V)

Uno de los engendros que el siglo XX nos dejó de clavo gracias a la medicina moderna, el aumento de la esperanza de vida y los tratamientos antiage, es sin duda la vieja cachivache.
Este personaje grotesco, con el cual todos nos hemos topado alguna vez en la vida, dista mucho de ser la abuela horneadora de sconcitos o contadora de cuentos familiares divertidos que todos añoramos tener. Y lo peor de todo es que, lejos de encontrarse en peligro de extinción dado lo avanzado de sus edad, crece y crece en demografía a expensas de la bendita vacuna contra la gripe, y el calentamiento global.
Reconocer a la vieja cachivache es muy fácil, sus rasgos característicos siguen un patrón tan uniforme que es imposible estar frente a una y no poder catalogarla a simple vista.
En primer lugar, estas viejas suelen presentar las mismas cualidades físicas, el peinado es una de ellas. Las cachivache usan dos tipos de peinado -y solo dos- fácilmente identificables: el look "carpincho 2.0" (pelo corto teñido, naturalmente, y extrañamente pinchudo, muy similar a un cepillo de dientes con las cerdas gastadas), o el look "Cris Morena baqueteada" (pelo largo teñido -¿hace falta aclararlo?- y decorado con la más inverosímil variedad de broches, hebillas, moños y cintas, todo multicolor y brilloso).
Sus manos son otro tópico que las distingue del resto de las ancianas. Las uñas también se dividen en dos grandes grupos: comidas y pintadas con esmalte nacarado clarito (lila por lo general) o larguísimas y coloradas (un espanto).
La vestimenta es inconfundible: el modal en la materia prima por excelencia, y todo, pero todo, lo usan ajustado. Mucha calza, o su contrapunto, la babucha. Blusas animal print, musculosas escotadas con apliques de strass o estampas estridentes y bijou berreta dorada, plateada o de plástico, todo al mismo tiempo. Los pies están casi siempre a la vista porque la vieja cachivache adora las sandalias altas de charol y plataforma, que dejan ver sus horribles uñas que hacen juego con las de las manos (si acaso tenemos suerte). Y para guardar la innumerable cantidad de porquerías que transporta de un lado al otro, lleva carteras enormes y colorinches de materiales de mala calidad donde destacan la cuerina, el plástico y el tejido hippie.
En lo personal, la vieja cachivache es bastante básica. Nunca trabajó, pero se jubiló como ama de casa, lo que le permite autofinanciarce sus "gustitos" como ella define a las basuras que acumula. Es viuda o casada -muy pocas se divorcian-, y el marido siempre tiene un sobrenombre cortito y clasicón -Tito, Tony, Beto- al cual se agrega sistemáticamente el pronombre personal "el" adelante. El Tito, el Beto o el Tony trabaja de taxista o carnicero, y la vieja lo ayuda vendiendo productos Avon o Violeta Fabiani por catálogo.
Como buena cachivache que es, le encanta ver películas argentinas setentosas los sábados a la tarde, novelas mexicanas al mediodía y Tinelli todas las noches. Nunca lee libros, pero tiene pilas de revistas Paparazzi en el fondo, con las que el marido enciende el fuego del asado los domingos. Habla a los gritos, y se refiere a los artistas por su nombre de pila, como si fueran parte de la familia. Le reza a la desatanudos, cree en las brujas y hace dormir a los nietos cantándoles canciones de Arjona. Lloró en el funeral de Sandro al cual obligó al Tito a acompañarla, y vota siempre a los peronistas.
Está convencida de que la tercera edad es la segunda adolescencia, por lo que se empeña en usar las palabras de sus nietos y en hacerse la jovencita ante sus yernos. Hace cursos pedorros de imagen personal (que luego no aplica), marketing y diseño de páginas web, que algún día usará para armar su propia empresa de productos de belleza para viejas recauchutadas.
Reenvía mails pegajosos con power points interminables de cachorritos y bebés gordos entre frases acarameladas, cree que Susana Giménez es una mujer muy culta y detesta a Mirta Legrand. Su celular suena con diez ringtones diferentes y está enteramente decorado con figuritas metalizadas de Winnie Po.
Cada dos o tres años le agarra un patatuz y las hijas empiezan a repartirse los collares de plástico de la vieja, pero ella siempre renace de sus cenizas, se tiñe el pelo un poco más rojo y se engancha a vender una nueva chuchería. Pase lo que le pase, ella siempre lo atribuirá horóscopo o a le envidia de las yeguas de sus vecinas, porque así es esta vieja.
Toda ella un cachivache. Toda ella, impresentable.